Como dije en otro momento, las tradiciones sanjuaniegas forman parte de otras castellanas, bien es verdad que con matices y peculiaridades que les dan un aire singular y más nuestro, hoy quiero de igual modo recordar algunos remedios caseros…. sacados de viejos recuerdos de paisanos y familiares, para lograr de quien estas líneas lea, una sonrisa de comprensión, alivio, reconocimiento y a la vez agradecimiento por tener los medios curativos que tenemos… y no aquellos, a veces desagradables, de mal gusto y aunque efectivos, muy poco atractivos y un tanto molestos. Muchos de aquellos males surgían por carencias alimenticias o falta de una dieta equilibrada, hoy por causas parecidas o diferentes, existen nuevos males, muchos de ellos peores de solucionar.
Para situarnos quiero citar las referencias que sobre datos sanitarios se encuentran en algunos textos históricos:
En el Catastro del Marqués de la Ensenada de 1751, al citar la atención sanitaria en San Juan de la Nava, dice que existía un cirujano (sangrador) que cobraba 140 ducados de vellón.
En la Diccionario Enciclopédico de Pascual Madoz en 1864 dice del pueblo: Situado en la falda de una colina, que se enlaza con las sierras de Ávila, lo combaten todos los vientos y su clima algo templado, es propenso por lo común a inflamaciones de estómago, reumatismo y calenturas intermitentes…..
Quiero referirme aquí, sobre todo a la asistencia sanitaria no reglada, una ayuda popular que existía prácticamente en todos los pueblos y paliaba a veces otras carencias oficiales. Por una situación mantenida de supervivencia, cada familia tenía sencillos conocimientos de las soluciones que había que dar en determinados accidentes o enfermedades, pero también en algunos pueblos había algunas personas que sobresalían en conocimientos y saber, poniéndolo al servicio de sus paisanos.
Tenía San Juan de la Nava, en el siglo pasado, un hombre venerado por todos, pues aliviaba el dolor de muchos y trascendía fuera del pueblo su «don», saber o gracia, Gregorio Hernández Andrinal, hombre reservado y afable, tenía remedios tanto para las personas, como para los animales. La fe de las gentes también influía como en cualquier situación de la vida…, la fe mueve montañas y en las manos de «Tío Gregorio» era un bálsamo útil, sus manos sobre cualquier torcedura, cualquier lesión o mal, con «bizmas»(*), emplastos o masajes seguidos a veces de oraciones susurradas, que muchas veces trataban de comprender los dolientes y que no lograban entender, causaban la mayor de las veces un alivio corporal y anímico significativo.
Otras personas que han contribuido a aliviar a los sanjuaniegos, en este caso a las sanjuaniegas, han sido las comadronas, las «parteras» para afianzar más el término, la mayoría de los nacidos, antes de los años sesenta, también del siglo XX, tienen que dar las gracias a estas mujeres, que con su valor, decisión y algunos conocimientos del asunto, facilitaron la venida al mundo de muchos paisanos y paisanas… Sentidos recuerdos quedan entre las mujeres de mayor edad del pueblo, con expresiones tan significativas, por lo repetidas, como: … ¡Si!, recuerda…, la que «recogió» a mi nieta, ¡anda! y a la hija de María…. Eran: Tomasa Pascual, Faustina Rodríguez, Saturna Rodríguez, Francisca Zabala, Vicenta Meneses, Eustasia García, entre otras no recordadas. Unido al saber de las personas citas, quiero destacar, que los remedios extraídos de las plantas han sido y son innumerables, también los elaborados con sustancias de origen animal.
La eficacia de estos remedios no solo depende de ellos mismos, sino también del modo como se preparaban y administraban, también tenía importancia las circunstancias del lugar y el momento: unos aplicados al alba, otros a la puesta de sol, en una encrucijada, etc… Tal arraigo tuvieron, que «remedios» llegó a ser una advocación con la que se venera a la Madre de Dios en varias localidades de España y América… La Virgen de los Remedios…
Nuestros antepasados no disponían de tantas farmacias o boticas para remediar sus males. Ellos confiaban su salud y la de los suyos a remedios caseros, hierbas, infusiones cierta dosis de fe y superstición, muchas de esas tradiciones han llegado hasta nosotros y algunas se siguen empleando.
¡Lombrices! Pues si, los niños tenían lombrices…, un cabo de cuerda untado con aceite y ¡hala!, como si no hubiera supositorios, claro que, cada cosa tenía su utilidad.
A veces se veía a algunas personas, con los dedos vendados… decían que tenían un panadizo, uñero o simplemente un absceso, por un simple rasguño o microbio, tenía una infección en torno a la uña del dedo en general del pulgar o del índice, para calmar los dolores y que «madurase» más rápidamente, se solía poner una cataplasma cociendo flores de una planta llamada gordolobo; ya sabéis lo que era una cataplasma, una pasta blanda de aceites, almidones o mostaza que generalmente se aplicaba en caliente sobre la piel o la parte afectada.
Hubo épocas que había entre la población muchos forúnculos «diviesos», algo así como granos infectados.. ¡ granos superlativos!, pues existían y existen unas plantas llamadas «curalotodo«, «sanalotón«, «siempreviva», que con sus hojas carnosas se quitaba una primera lámina, pelando el envés y se aplicaba en la citada erupción, con ella «maduraba», servía de desinfectante y así se curaba…,no quiero olvidarme de los famosos «golondrinos»… forúnculos en las axilas…¡ que incomodidad!, pero tengo que contarlo.
Los chichones frutos de caídas…, se reducían apretando el mismo con una moneda de cobre grande, daba buen resultado…, tal vez ahora con el diámetro del euro sea insuficiente.
El dolor de oído muy frecuente en los niños se mejoraba con unas gotas de aceite de oliva o con otras de leche de mujer, directamente del pecho.
Las telas de araña y la lanilla que se obtenía de las gorras (franela), servían para las heridas. Muchos de estos remedios no solo eran utilizados para las personas, por supuesto se utilizaban en los animales.
El hollín se utilizaba para evitar infecciones en las heridas, este mismo hollín, cogido de la campana de la lumbre de la cocina que había en todas las casas o hecho a veces con tizones molidos si era necesaria más cantidad, se veía los días del esquileo… (un espacio aparte requiere este trabajo del ganadero y así describirlo minuciosamente). Pero al aludir el hollín, la escena común era ver a varios esquiladores en la puerta de la cija, en el «portal» del ganado o en algún pajar, con la tijera, liberando a cada oveja de su vellón de lana, para que pasase más fresca el verano, esas tijeras tenía un ritmo acelerado, casi violento, pues debía ser el jornal adecuado al número de reses rasuradas, esos movimientos rítmicos y acompasados a veces no lo eran tanto y conseguían hacer pequeñas heridas en la piel de la oveja…, ¡moreno!, ¡moreno! decía el esquilador afectado, no era una llamada para alguien expuesto al sol de entonces, no, pedía el famoso hollín para aplicarlo en la herida, para evitar males mayores…
Contra el raquitismo cuya causa es deficiencia en vitamina D, ¡hala!, cucharada de aceite de hígado de bacalao.
Si tras la comida se sentía malestar, empacho, o «torzón«… ¡nada!, el diagnóstico era claro: Tenía «embargo«, bueno era, el «tirar de embargo«, «sobar las piernas»…,un masaje doloroso en los músculos de las piernas, solía ser efectivo y si no había mejoría llegaría lo peor, algún purgante, como otra cucharada de aceite de ricino… ¡total puras gollerías!, siempre hubo remedios que, o te curabas o te ibas al otro mundo…
Los dolores de muelas se aliviaban con «hilas«, unos hilos de algún tejido, humedecidos en aguardiente y aplicados a la muela doliente, también haciendo «buches» o colutorios con aguardiente y otras veces con un remedio mágico: llevando en el bolsillo o en la faltriquera de modo permanente, una nuez con tres costuras, ¡si!, hay nueces tan raras, que más que tener dos partes, en su desarrollo, han formado tres caras.
Se veían con frecuencia en manos y cara las verrugas y «clavos«, su procedencia tenía que ser vírica pues su duración era temporal, también «tío Gregorio» las tocaba y musitaba alguna oración, otras veces lo que hacían las gentes era agrupar unas piedras en algún cruce de caminos, con la condición de no pasar por allí, algunos decían algo así: Verruguitas traigo / Verruguitas vendo/ aquí las dejo/ y salgo corriendo/. Un buen día aquellos feos y molestos «clavos» habían desaparecido. Nada os diré de los bragueros para las hernias, ¡ pero bueno! ¡opérese! habría que haber dicho, ¡que cosa tan horrenda!, una dura almohadilla con «tirantes» para apretar aquellas tripas que se salían, claro que, pasar al niño si era «quebrado» por un árbol en forma de «Y», rezando o haciendo alguna rara invocación, ponía en solfa y al máximo, la fe de cada cual …. algo así.: Tómalo Maria, dámelo Juan, que la Virgen María, lo curará.
¿ Quién no ha tenido las paperas?, «sorejores«, se veía a la población infantil con las bufandas sujetando las mandíbulas y con el nudo encima de la cabeza, sufriendo aquella inflamación de las glándulas parótidas llamadas vulgarmente paperas, bueno pues nada, remedio ..: ¡enjundia de gallina al canto!, grasa de una buena gallina para suavizar y mermar aquella considerable inflamación, otras veces un poco de lana del esquileo, rica en lanolina…también aliviaba, y, ¡bueno!, a los varones, aunque sin comprenderlo por la poca edad, encima te amenazaba con la posible esterilidad. La belladona también mitigó esta enfermedad.
Los sabañones… ¡ bárbaro! si, en aquellos tiempos había de todo… Los sabañones solían salir con el frío, los trabajos de pastoreo y la labranza exigen una vida muy expuesta a la intemperie y tal vez por la alimentación; (carencia de vitaminas C y A), las orejas, la nariz, los dedos de manos y pies, eran los puntos más afectados, picaban, se inflamaban, dolían y a veces terminaban saliendo úlceras, era un problema de la circulación sanguínea… ¿ qué hacer….? Utilizar plantas antiinflamatorias y calmantes para reducir la inflamación producida por el frío y aliviar el dolor. Para el picor, restregar con una cebolla cruda o metiendo la parte afectada en una cocción de ortigas hasta que se enfríe el agua.
Para el resfriado había múltiples recetas: cataplasma de mostaza o de harina de linaza colocadas en el pecho, otra era con vino cocido con azúcar y tomarlo muy caliente, se ingería y se mejoraba notablemente el constipado…, bueno, ¡ no está mal el remedio!, éste al menos te ponía alegre.
Otras enfermedades de la piel también eran las grietas, se mostraban en pies y manos, heridas en pieles secas que dificultaban el trabajo diario y aunque también se aliviaban con aceites y grasas, era muy conocido el uso de la orina personal, la urea que contiene era un remedio muy estimable…, no explicaré el procedimiento de su aplicación, pues es fácil adivinarlo. También llegó después la glicerina.
Queridos amigos, posiblemente de todo esto y más podrán contar nuestros paisanos y paisanas mayores, recordarán estos usos y costumbres, preguntadles y seguro que conocerán otros muchos. No descarto volver sobre el tema, si con vuestra ayuda surgen nuevos recuerdos, otros remedios que podamos recuperar.
Saludos, Juan García Yuste
(*) Bizma: Era un emplasto de diferente contenido, para las torceduras solía poner en un trozo de tela, una mezcla de harina y clara de huevo que se colocaba sobre la lesión y al secarse se endurecía a modo de escayola. Otras veces eran con sal y vinagre.